miércoles, 20 de marzo de 2013

Cirque du Soleil



Este fin de semana he tenido la suerte de poder asistir al espectáculo “Corteo” del Cirque du Soleil. Fantástico y recomendable para todos los que quieran vivir una experiencia inolvidable. Un show inigualable que provoca unas sensaciones muy peculiares en los espectadores.
Fueron esas sensaciones las que me han llevado a dedicarle esta entrada en mi blog al magnífico Cirque du Soleil.
Mi entrada era para el domingo, y desde el sábado tenía el gusanillo en el estómago. Todos hemos oído hablar de este famosísimo circo, el mejor del mundo, según contaban. ¿Sería tan bueno en realidad?
Cuando estaba en el parking del recinto casi ni podía aguantarme la ilusión. Ver la enorme carpa, el icono del circo plasmado en las paredes exteriores. Todo ello no hacía más que incrementar mi impaciencia.
Al fin encontré mi sitio entre las 2.700 butacas que hay, las cuales se ocuparon, todas.
Al mirar hacia cualquier sitio veía mis mismos gestos reflejados en todas las caras. Una sonrisilla infantil en rostros de todas las edades. Un brillo especial en ojos que ya han vivido mucho. Nerviosismo idéntico en personas muy distintas.
Parecíamos niños pequeños. O quizá no lo parecíamos, si no que realmente lo éramos.
Cuando comenzó el espectáculo, los años que figurasen en nuestros carnets daban exactamente igual. Todos éramos niños mientras disfrutábamos de lo que ocurría dentro de la carpa.
Y de repente, me vi mirando a mi alrededor fascinada por la situación.
Un equipo de trabajo de (calculé a ojo) 200 personas, había conseguido que 2.700 adultos volviesen a ser niños durante 2 horas un domingo por la tarde.
Ese equipo de trabajo estaba compuesto por gente muy distinta, desde enanos hasta gigantes, malabaristas y acróbatas, músicos y cantantes, técnicos y actores. Pero todos eran uno, eran el Gran Circo del Sol.
Entonces pensé en cómo habría sido la vida de cada uno de ellos.
Todos poseen algún talento poco común. Desde pequeños, seguramente, les habrían dicho que se dejasen de circos y que hiciesen “algo de provecho” con sus vidas. Que jugar con mazas no les daría de comer. Que dejasen de trepar y se pusieran a estudiar. De otros, se reirían en el colegio, por ser más altos o más bajos que el resto.
Estoy convencida de que en la vida de cada uno de ellos hubo alguien que les dijo que con “eso que hacían” no llegarían a ningún sitio.
Sin embargo, afortunadamente, siguieron haciendo lo que les gustaba, lo que se les daba bien, por mucho que les dijesen que “de eso no se vivía”.
Después de muchos años de entrenamientos, dolor, exigencia, de escuchar por todos sitios que están locos si creen que van a llegar algún lado… después de todo eso no han llegado a ningún sitio. No. Han llegado a todos los sitios posibles. No solo han viajado por todo el mundo, si no que en cada país, son capaces de llegar a los corazones de las personas que se sientan en las butacas. Son capaces de ilusionar, impresionar, y volver loco de emoción a cualquier ser humano que tenga la suerte de verlos.
Admiro mucho al equipo del Circo del Sol, porque su espíritu de autosuperación y sus ganas por vivir de lo que “no da de comer”, le ha llevado a ser lo que son: los duendes que hechizan a 2.700 personas en cada sesión, que les devuelven a su infancia, y que consiguen levantarlos a todos de sus asientos y arrancarles del lugar más profundo de su ser una de las mayores ovaciones que he presenciado jamás.
Desde luego, sería imposible no tener ganas de volver a verlos, y estoy segura de que volveré.
Porque volver a sentir dentro la magia e ilusión que nos daba la vida cuando teníamos 7 años, eso es adictivo y no tiene precio.
Mi más sincera y efusiva enhorabuena al Cirque du Soleil, y sobretodo... ¡GRACIAS!

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